"Uno más que nos regala Dios" por Belkis Cima
Una mañana al levantarme me desayuné con la
noticia que mami, esa señora que viajaba a diario en colectivo para cuidar a
sus nietas y que de regreso a su casa amasaba unos pancitos de chicharrón para
su hijo, esa misma que en su cartera podía traer desde una pava hasta una
cebolla para la salsa por si en casa no tenía, se había convertido en rehén del
cruel paso del tiempo.
No entendí cómo había sucedido, si siempre
estuve a su lado, si fue una noche o habían sido varias noches y no lo supe ver
o mejor dicho, no lo quise ver.
La primera reacción vino con el enojo, ese
que no ayuda demasiado, al contrario entorpece las relaciones, todo se vuelve
más áspero y se demora mucho más en comprender y aceptar.
Con el paso de los días sus pasitos se
hicieron lentos y los cabellos poquitos y claritos. Sus días no son todos
iguales, algunos llenos de colores otros grises al fin.
Los años traicioneros y caprichosos nos
llenan de achaques y dibujan arruguitas en la piel pero no lograrán borrar lo
que con amor se guardó en el corazón.
Poco a poco mi visión de hija se fue
adaptando a la nueva realidad, mi mamá no es la misma y eso es verdad, como
también es verdad que siempre nos vamos amar.
En sus manos chiquitas y duritas encuentro
las mías, que hoy se las presto para lo que aquellas ya no pueden hacer, de mi
brazo se prende cuando salimos a caminar y se ríe cuando le digo que vamos al
infinito y más allá.
Dicen que hay un día de las madres, para mí
cada vez que la veo es su día, uno más que nos regala Dios para verme en sus
ojos y disfrutar de su voz.
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