"La habitación rosa" por Belkis Cima

 


   Las niñas juegan mucho y sueñan mucho más. A veces se convierten en esa princesa soñada, se apoderan tanto del personaje que a través de la imaginación viajan a lugares fantásticos poblados de seres maravillosos y mágicos como la misma niñez.

   Esta niña, Nadzeya, dijo alguna vez que había nacido para ser princesa, Convencida de lo que decía pasaba los días correteando y jugando por el patio de su casa convertido en un mágico bosque habitado por todos los personajes que su imaginación invitaba. Ella vestida de princesa con su corona dorada y vaporosos vestidos rosados adornados con puntillas y faldones de tul vivía cada una de esas fantasías como real.

   La imaginación de la pequeña la transportaba a un efímero castillo tan rosado como sus vestidos, con altas torres y cuantiosas ventanillas por donde se escurrían  durante la noche, sorprendentes criaturas  diminutas y astutas, capaces de enternecer a la roca más tosca o de congelar el alma más pura.

   Aquella noche una fina e intermitente llovizna interrumpió el juego de la niña. La mamá la bañó y la acompañó hasta su camita; después de arroparla, darle un beso y su bendición se retiró de la habitación.

   Un sueño agobiante se apoderó de la pequeña y mientras su cuerpito descansaba las hadas de la noche la rodearon y comenzaron a susurrarle melodías de lluvia.

   Desde el patio unas vocecitas chillonas e inentendibles comenzaron a sonar cada vez más estridentes. 

   Nadzeya elevó sus párpados pesados por el sueño, sus pupilas dilatadas brillaron en la oscuridad de la habitación. Salió del lugar con pasos firmes y lentos a la vez. Con sus piecitos descalzos caminó por el gélido corredor que desembocaba en el exterior de la vivienda.

    La brisa se transformó en un viento denso y espeso. La niña siguió caminando entre la hierba mojada; al llegar a un arbusto de copa armada, buscó entre el follaje y al encontrarlo lo tomó cuidadosamente ente sus manos de dedos delgaditos y pálidos por el frío de la noche. El diminuto ser se dejó  mimar ocultando sus verdaderas y maléficas intenciones.

    Al llegar a la habitación Nadzeya depositó amorosamente al menudo individuo de color verdoso, ojos saltones, boca ancha poblada de dientes como teclas de un viejo piano, lo más llamativo eran sus alargadas orejas tipo pantalla.

   El pequeño ser esperó pacientemente que la criatura se durmiera para dar una inspección desde su lugar haciendo girar la cabeza en 360º.

   Entre una masa oscura se ocultó la luna y la habitación entera quedó en plena tenebrosidad. Todo se fue dando en  el más profundo silencio negro.

   La madre luchando contra su insomnio llegó hasta la habitación rosa, donde dormía Nadzeya. Ingresó después de unas escalofriantes carcajadas desconocidas. A tientas alcanzó la lámpara que no lograba encender. Al fin la recámara se vistió con una débil luz, pudo ver aun en la penumbra que su hija no estaba ahí.

   ¿Dónde está Nadzeya? ¿Alguien se la llevó? ¿Tal vez huyó de una realidad que no estaba preparada para soñar?

   Muchos son los interrogantes que no encuentran respuestas entre lo real. Solamente responden unas  unas minúsculas huellitas embarradas y selladas en el muro que dista de una lógica verdad. Seis huellitas. una a la par de la otra como caminando en zig zag desde el jardín al muro y de ahí no se vieron más.


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