Sentada en mi hamaca quedé abstraída de la realidad contemplando los movimientos ascendentes y descendentes que son solo una ilusión óptica que producen los juegos de luces del árbol navideño. Como viajando en ese cambio de colores aparecieron imágenes de otras navidades. Éramos chicos y con mis primos esperábamos todo el año para hacer estrellitas con virulana (lana de acero fina) encendida y el alambre que se guardaba año tras año. El experto con el alambre y la virulana era mi hermano, habilidoso para quemarse dedos, manos y hasta la espalda. Esa noche contaba con público, los primitos más chiquitos. Atrapado por la destreza del primo mayor, uno se sentó demasiado cerca y una intrépida estrellita se escondió entre la ropa del chiquitín que salió corriendo y llorando igualando a la sirena de la fábrica que anunciaba las 12 de la noche. Los adultos ante tal escándalo nos quitaron el alambre y se terminó la virulana, al pequeño...