Olor a tiza en sus manos...

  Damero terrestre, pueblo de mi infancia, creciste un verano que revolucionó tus calles de tierra fértil, tierra próspera y generosa a todos cobijó y alimentó. Tus veredas, modestas y ruidosas, colmadas de risas y canciones callaban en las siestas armonizadas por chicharras. El manto negro te cubría y en tu plaza única y concurrida, testigo de amores y desamores, curiosos adolescentes descubrían al amor. Lejos quedaron aquellos días. Hoy surcan mis recuerdos sonrisas y nostalgia de un añorado tiempo que pasó en el pueblo de mi infancia.

      Se encontraron en el boliche más top de la ciudad.    La conversación comenzó con simple cruce de miradas.    Se entendieron y la seducción entró en acción.    Le preguntó al oído si se iría con él y con su sonrisa le dijo sí.    Fueron a esperar el amanecer a orillas del Paraná.    Los primeros destellos anaranjados los embriagaron de pasión.    Los besos candentes desbordaban al compás de las irreverentes caricias.    El canto del zorzal los sorprendió.    Se alejó unos metros y volvió con un girasol en la mano que tendió hacia su amada.    Amor de verano y nada más...?    Quien tuvo un amor de verano sabe que sus huellas en algún lado están.